Durante el siglo XX otras editoriales paralelas a la de Calleja surgieron, como Bruguera o Molino, pero con nuevos adelantos técnicos pero tratando igualmente con la literatura didáctica.
A finales de los años veinte la literatura comienza a cambiar, y un nombre que destaca entre todos es el de Elena Fortún quien dejó de lado la literatura didáctica para centrarse en el disfrute del niño. Destaca Celia, escrita por primera vez en 1928. Por primera vez en la literatura infantil, el personaje principal es una niña real con una psicología y más de una característica y sin la influencia de lo que los padres quieren que sean sus hijos.
Cuando salió esta saga de libros, tuvo un éxito moderado, pero lo consideraron una forma muy diferente de hacer literatura infantil debido a su psicología y a su crecimiento a lo largo de la saga como sus lectores también lo hacían.
Otro nombre que también destacó en la década de los veinte fue el de Salvador Bartolozzi, un artista interdisciplinar.
En Madrid era muy conocido Gregorio Martínez Sierra ya que era el director artístico de uno de los teatros más importantes de la capital en el cual Bartolozzi tenía permiso para representar obras a los niños. Comenzó a tener un espacio los sábados por las mañanas y destacaba por utilizar marionetas en sus espectáculos. Su primer espectáculo fue Pinocho y Chapete, aunque también destaca Pipo y Pipa. Se puso tan de moda sus aventuras que fueron escritas para mantenerlas.
Independientemente a estos autores seguía en curso la literatura tradicional de la vida de los santos.
A lo largo del siglo XX y antes de que apareciera la televisión, había lectores de cuentos que narraban por partes historias. Unas de las más famosas son la de Matilde, Perico y Periquín, el cual enseguida surgió un libro; Tomasita; o Antoñita la fantástica de la cual también apareció un libro con una psicología y un crecimiento realista.
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